jueves, 19 de abril de 2012

Es un día de romería.


Tss tss. Me llaman desde lejos. Me dirijo a la charca para echarme una siesta con una amiga, ya que no hemos dormido desde la noche del Viernes, y hoy es Domingo. Los pinchos y filetes rondan por mi barriga y necesito descansar un rato. Se de sobra que el que me llama debe de ser alguno de los que montan a caballo, porque su voz procede de donde están los animales. ¿Me giro? ¿Y si es el que yo pienso? No, no puedo girarme, qué vergüenza. A saber lo que me querrá decir, mejor sigo para delante con mi amiga y lo ignoro.
Me aburro en la charca y decido irme a mi rancho familiar. Qué sed tengo. Mientras bebo un baso de agua, miro desde lejos a un chico con su caballo pasando cerca de mi, pero él no me ve. Detrás suyo, lleva a una chica de pelo negro. "Qué envidia" pienso. A mi también me gustaría montar con ese pivonazo del pueblo. 
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Vuelvo a mi casa, y empiezo de nuevo la rutina diaria. Despertador, desayuno, carrera para coger el autobús, instituto, comedor, vuelta al instituto ETC. Una simple conversación puede cambiar el aspecto que tengas hacia una persona, y a mi me ha pasado. Me llamó, y me dijo cosas que nunca podría imaginar. Se fijó en mi vestido del Sábado por la noche, y yo en su preciosa camisa. Me dijo que me quería montar a caballo, y que me estuvo llamando mientras iba a la charca. Y ahora es cuando lo entiendo todo. He perdido esa oportunidad. La oportunidad de sentirme como en Pasión de Gavilanes, aunque suene friki.
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Volvamos a la realidad; hora de cenar y relajarme en la cama. Pero hoy también me iré con ganas de haber montado en esa yegua tan bonita. Otra vez será. O eso espero al menos.

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